sábado, 24 de noviembre de 2018

24.11.18

-Y los poetas, ¿qué hacen?
-Miran.
-Miran.
-Sí. Miran las cosas.
-Pero nosotros también miramos. Esta mañana en el parque, ¿te acuerdas de la oruga que has cogido? De cerquita era tan verde y tan pequeña... Y las flores para mamá. También las hemos mirado, y olían a agua limpia, y me has puesto una en el pelo y luego ya no olía a nada.
-Sí. Supongo que sí. Nosotros también miramos.
-Entonces, ¿somos poetas, papá? Me gustaría ser poeta para mirar todo el tiempo las cosas que me gustan.
-Pero ellos miran todas las cosas, no solo las que les gusta mirar.
-Ah.
-Sí. A veces son muy raros. No tienes por qué mirar algo si no te gusta, ¿no?
-No. Hay cosas que me ponen triste si las miro.
-Pero ellos, además de mirar las cosas también ven los reflejos de las cosas. Que se van apagando. Ellos dicen que se escurren. Así, los reflejos de las cosas bonitas duran más que las cosas bonitas. Ellos creen que al escribirlas les dan una vida infinita.
-Oh, qué suerte, papá... Así, ¿las excursiones al río y la cabaña y sus amigos de la escuela y sus mamás y las cosas bonitas que les gustan pueden durar para siempre si las miran de cerca?

sábado, 10 de noviembre de 2018

10.11.12

una luna de dos caras
me tizna la barbilla
del olor de las madrigueras
y yo no hago más que entrar
y qué puedo hacer más que entrar
con un dócil llanto de risa insomne
en el favor de la ternura

domingo, 14 de octubre de 2018

COMPAÑÍA

Ricardo vivía enganchado al café, a los cigarrillos, a las mujeres de mirada cansada y a otras muchas cosas que no le hacían bien. Es por eso que después de frotarse los ojos, encender la cafetera con un sonoro clic, y calentar el café del día anterior, quiso fumar. Y como no encontró el mechero, prendió el cigarrillo a la llama de los fogones en los que se haría una tortilla o unos huevos revueltos. Se desperezó, cruzó el salón y salió afuera. El cielo había amanecido nublado, y con él, la ciudad. Desde las alturas en que Ricardo se asomaba a su modesto balcón, se mostraba como una cuarteada y vaporosa mole gris en la que, de a poco, despertaban detalles. Vio el mechero sobre el alféizar de la ventana y se lo metió en el bolsillo.                                                                                                                              
La noche anterior había estado en el bar al que acudía después del trabajo con Alejandra, su nueva compañera. Era risueña y atractiva. Ricardo creía que se gustaban, por las sonrisas y aquella forma tan delicada de tocarse el pelo que ella tuvo. En cierto modo, le recordaba a la Camila de las novelas de Bandini. Tenía su tez olivácea y poseía su misma desfachatez, su misma animalidad, rasgos que amaba en una mujer; pues como había ido comprobando con los años, solían derivar de la inteligencia.

Lo que le sorprendía era que no tuviese pareja. Era cierto que no lucía ningún anillo en el dedo anular, pero Ricardo se había estado fijando en ella y le pareció que siempre andaba algo ausente, como reflexionando acerca de sus compromisos o de la cena que prepararía esa noche, incluso cuando se esfumaba con paso rápido al terminar su jornada de trabajo. Imaginó que un hombre la esperaba en casa, pero no era así, según ella le dijo la noche anterior. Le gustaba, adoraba su forma de hablar y de gesticular, y a menudo se le descolgaba la mirada, acabando en sus labios, siempre sus labios. También le dijo que el problema quizá fuera que el mayor de los problemas era el mundo y que seguramente él no estaba allí para solucionarlo. Ricardo no cejó en su sonrisa, en su deseo de complacer. Nunca tenía mucho que decir. Sin embargo, se extrañó y decidió, al cabo del rato de darle vueltas al asunto, que quizá fuera un pensamiento suyo, de Ricardo. Una fabulación íntima de las que surgen de la ebriedad. En cualquier caso, no dejaba de ser cierto, pues si algo guiaba o dejaba de guiar a Ricardo, eso era el relativismo y la indulgencia. 

En ciertos momentos, rehuyó con disimulo de los temas que le remitían a su vida pasada. Ricardo notó todo eso. Rondaba la treintena, edad a la que gran parte de sus conocidas gozaban ya de una vida sentimental más o menos estable. Algunas tenían hijos a los que exhibían orgullosamente como a trofeos de caza. Pero a Ricardo, esto le era indiferente. En el bar habían estado tomando cervezas. Al parecer, las suficientes como para no recordar ni quién había pagado, ni qué pasó después. ¿Se la habría traído a casa? ¿La habría acompañado a la suya? Podrían haber ocurrido ambas cosas. La cama estaba vacía pero, a decir verdad, también más deshecha que de costumbre, con lo que en caso de haber pasado la noche juntos ya se habría marchado. De todas formas, recordaba tener la confianza necesaria como para preguntárselo más tarde. O quizá ni lo hiciera, para qué, pensó, con su sentido de la lógica rayano en el pesimismo, si ha ocurrido una vez, ocurrirá más veces. 

Vertió el café en su taza de siempre. Hundió una cucharilla en el tarro de azúcar, y tras la tercera inmersión, la introdujo en la taza, donde le dio unas vueltas antes de sacarla y metérsela en la boca para probarlo. Le gustaba que la cucharilla quedase de pie, erguida sobre la montañita de azúcar al fondo del vaso. Abrió la ventana para que se colase por ella la brisa de la mañana y notó cómo su silbido le acariciaba la mejilla. Más que brisa, era viento, y parecía estar levantándose. Cerró la ventana casi al instante, pues prefería no tener que barrer las hojas más tarde, y se plantó frente a ella. Podía ver los arbolitos combándose ligeramente, con aparente fragilidad, y en la fachada de enfrente, un canario enjaulado abría y cerraba el pico. Entonces, sin saber por qué, sintió nostalgia por las mañanas de su infancia, pese a no haber tenido nunca relación con un canario ni nada parecido. Sin embargo, a través del cristal, y de algún modo gracias al cristal y a los reflejos de su superficie y al sol que se derramaba oblicuamente en la estancia como una gran catarata de luz, logró figurarse el agudo canturreo por un segundo. Cuando apuró el café, se rascó la barbilla y fue a la cocina a rellenar la taza. Luego volvió al salón, contiguo a la cocina, a matar el tiempo en su ordenador. Era algo que hacía a diario. Caminó hacia la silla, se inclinó sobre la pantalla, y se puso a correr la página del navegador sin participar de ello; las letritas a lomos de sus pálidas cabalgaduras, yendo y viniendo en la estantigua, se le aplastaban temblorosas contra las pupilas y se esfumaban aprisa. Al tiempo, sorbía del café compulsivamente. Y así estuvo un buen rato, como tendido aún en la espuma de un sueño extraño.  

De pronto, salió de su ensimismamiento y reparó en que las sienes le palpitaban, calientes, y tenía un espantoso dolor de cabeza. Se dirigió al baño y tomó un paracetamol de la repisa. Allí, advirtió que el frasco de Valium dejaba ver, a su través, los macilentos azulejos. Alguien lo había vaciado. Se lavó la cara y volvió al salón. Tomó de la mesa la taza y mojó sus labios en el café. Había estado la mañana entera bebiendo de ese líquido que ahora hedía a muerte. En silencio, supo que no le quedaba mucho tiempo de vida. Resolvió teclear una última línea -con la que esperaba se hiciera justicia-, y morir con dignidad. Qué mejor manera de terminar con todo esto, se dijo, que con belleza y memoria intactas. Así que se sentó, y allí aguardó, con los codos en la mesa y sin mover un músculo. Le apeteció un cigarrillo, pero antes de oprimir la piedra del mechero con un dedo tembloroso aunque decidido recordó que había dejado el pivote de la cocinilla a medio recorrido. La llama se había extinguido y el gas había estado corriendo todo el tiempo. ¡Joder!, se riñó el pobre indolente de Ricardo, y en una exhalación todos los colores se volvieron del negro. En sus carnes sintió la más trágica sensación que puede un hombre paladear por última vez: la sorpresa.

Las pesquisas policiales determinaron el incendio como causa de la muerte. Hubo que evacuar el edificio, llegaron los bomberos y en la calle se agolpó la multitud. Un simple descuido, le dijo un agente a otro a pie de calle. O eso fue lo que oyó la mujer que, tras ellos, alzaba la vista hacia las contraventanas ennegrecidas. Al oír aquello, sintió una gran satisfacción y no pudo evitar esbozar una discreta sonrisa en unos labios ciertamente animales. Tenía una misión en el mundo: librarlo de la indiferencia. Y aunque su método, sus planes eran otros, sabía que había cumplido por esta vez. Lo que nunca llegaría a saber era que el fuego, chasquido y luego furia, ahogó en sí las palabras de la pantalla: Ricardo había escrito que ella lo había matado. 

sábado, 13 de octubre de 2018

restalla la luz sobre el cerro
en un punto ínfimo de vidrio

se enfría, junto con la tarde
y ya apenas se ve ahora

nada queda, óyeme
hermana de la infancia

el brillo del hueso
está llegando

sábado, 22 de septiembre de 2018

que puedes llegar a controlar
la vida alrededor del esquema
hacer de la tensión un querer, por nada
que en un viaje van sucediendo
los acontecimientos en espiral
que te habrás ido, devuelta
a una mañana asfixiada de silencio

jueves, 12 de julio de 2018

anotaciones de un joven soldado italiano

[Anotaciones en papel de estraza encontradas en la mochila de un combatiente italiano, difunto durante una campaña de la Primera Guerra Mundial del año 1916]


LA MAÑANA

por la estepa bronceada
discurre un ansia
de colmar el alma
de la luz inmensa
de la luz de la mañana



SOLDADOS

¿a quién pertenece esta sobrevida que yo vivo?
¿a quién concederle un suspiro en el fragor de una guerra, enfermedad en la que se ha grabado la palabra libertad con un buril de hueso?
¿quién respira la bala que hubiera abrazado yo, de no haberse señalado antes en su pecho?
mi bala, en definitiva, mi bala única
¿qué hermano tendrá mi bala?

arrebatarla y ponerla en mi palma quisiera
para cubrir el frasquito de sombra con ternura
como una madre tiende el escaramujo a un hijo 
y este lo toma con el deseo de prenderlo en figuras de rosas ebúrneas
en volantes luciérnagas hacia el seno rocoso del cielo

lo mismo es pensar, ¿cuántas llevo entregadas?
sé que he impactado dos balas en sendos cuerpos
la primera, ayer
en el frío de la niebla
una dolencia supurada de las cabezas de los soldados
la segunda, al ocaso de este día
tersado como un peldaño de luz en el que ondean milenios

por el momento
considérenme un sobreviviente
pues si un hombre desconoce al hombre
que bracea junto a él en este piélago
no tarda en descubrir cómo se siembra el olvido

jueves, 31 de mayo de 2018

"Lléveme al mar", de Miguel Noguera, en "The Cagliostro songs"

Madrid. Madrid. Un Taxi. Madrid. Entra alguien. <<¿Adónde vas?>>. <<A la calle tal y tal, número tal>>. Se inicia la carrera. El taxi avanza por las calles de la capital. Y, de repente, el cliente cambia de idea. Y, con voz afectada, le dice al taxista : <<Lléveme al mar, lléveme al mar. Quiero ver el mar>>. Y el taxista se hace la película, asocia el tono grave a una enfermedad terminal. Y, pese a estar en Madrid, lo lleva al mar. Mil euros, o más, de carrera. Lo lleva a Valencia, yo qué sé. Lo lleva a una cala, yo qué sé. Todo por satisfacer el deseo de un moribundo. Y una vez en aquella playa de Valencia, el cliente sale del coche con lágrimas en los ojos y arranca a correr como un caballo. Y no lo vuelven a ver. Y no lo vuelven a ver. Arranca a correr. Hacia el mar. Y se mete en el mar. Y ahí, se ahoga. Y el taxista, desconcertado, se vuelve a Madrid. Episodio raro en la vida de un taxista. Aquel <<lléveme al mar>> de un loco suicida, y el taxista tomándole la palabra. La potencia de la frase "lléveme al mar" en según qué contextos. La potencia pura de esa frase, "lléveme al mar". Lléveme al mar.

(7' 10")

domingo, 27 de mayo de 2018

sobre cigarrillos

estos dos textos forman parte de la cara b del single <<El artista>>, de Hidrogenesse. Uno es un poema de Apollinaire; el otro, la letra de <<Dieu fumeur de havanes>>, de Serge Gainsbourg.

Ma chambre a la forme d'une cage                                    Mi cuarto tiene la forma de una jaula.
Le soleil passe son bras par la fenêtre                              El sol entra su brazo por la ventana
Mais moi - qui veux fumer pour faire des mirages             y yo, que quiero fumar para hacer figuras,
J'allume au feu du jour ma cigarette                                  enciendo al fuego del día un cigarrillo.
Je ne veux pas travailler - je veux fumer                           Yo no quiero trabajar. Yo quiero fumar.
                         
                   - Apollinaire

Dieu est un fumeur de havanes. Je vois ses nuages gris
Je sais qu'il fume même la nuit, comme moi ma chérie.
Tu n'es qu'un fumeur de Gitanes. Je vois tes volutes bleues
Me faire parfois venir les larmes aux yeux. Tu es mon maître après Dieu.
Dieu est un fumeur de havanes. C'est lui-même qui m'a dit, 
que la fumée envoie au paradis. Je le sais ma chérie.
Tu n'es qu'un fumeur de Gitanes. Sans elles tu es malheureux
Au clair de ma lune, ouvre les yeux pour l'amour de Dieu.
Dieu est un fumeur de havanes. Tout près de toi, loin de lui
J'aimerais te garder toute ma vie, comprends-moi ma chérie.
Tu n'es qu'un fumeur de Gitanes et la dernière je veux
La voir briller au fond de mes yeux. Aime-moi, nom de Dieu!

                           - Serge Gainsbourg

- Dios es fumador de habanos. Puedo ver sus nubes grises.
Sé que fuma incluso de noche. Como yo, cariño.
- Tú eres fumador de Gitanes*. Haces unas volutas azules
 que me hacen saltar una lágrima. Eres mi señor después de Dios.
- Dios es fumador de habanos. Él mismo me lo explicó: 
fumar puede llevarte al paraíso. Así lo creo, cariño.
- Tú eres fumador de Gitanes. Sin ellos no eres feliz.
Ya se ha hecho de noche, mírame. Mírame, por el amor de Dios.
- Dios es fumador de habanos. Estoy más cerca de ti que de él.
Yo quiero tenerte para siempre. Créeme, cariño.
- Tú lo que fumas son Gitanes y el último quiero verlo
consumiéndose ante mis ojos. Ámame, ¡por Dios!

* Los Gitanes son unos cigarrillos franceses. Tabaco negro, al estilo de los Ducados. En su paquete aparece el contorno de una bailarina gitana entre volutas de humo blanco. 

miércoles, 16 de mayo de 2018

el mundo está en llamas
mírame
antes de que emborronen
el cielo

sábado, 21 de abril de 2018

ALINA

Hay cosas que no puedes contar a la gente. Que son una llama en un campo que se pega al suelo y acaba con todo. (Se lleva la mano al estómago y luego la acerca a la garganta mientras la agita con desgana. Cuando termina de hablar, vuelve a posar la mano sobre el volante y fija la vista en la carretera).

miércoles, 4 de abril de 2018

por el sendero áspero, a las estrellas

solo hay unos cuantos versos buenos
en la poesía de la huella en la tierra
pero el caso es que son tan buenos
que vale la pena esperarlos
cubriendo la cara con las manos
y viendo a través del hueso si es necesario

si algo se les asemeja
son las hojas anaranjadas
por una tarde en contorno
izadas como yemas batientes;
les acaba llegando su noche
sin embargo mientras tanto
portan la luz a cuestas

domingo, 1 de abril de 2018

Los años de colegio

Recuerdo los años de colegio con ternura. Los dos últimos especialmente. Tuve una tutora llamada Susana con la que hablé en verano del año pasado, durante las vacaciones, mientras trabajaba. Su cuerpo espigado, y firme aún, parecía remover el pelo sensualmente ensortijado a cada paso, sacudiéndolo como a un maizal dorado a los brazos abiertos del sol. Una mujer muy sugerente. También tuve una prudente tutora llamada Teresa. El caso es que estaba subordinada a una pequeña incomodidad con la que, pragmáticamente, había aprendido a convivir. Tenía un dedo gordo de un pie enorme, hinchadísimo y sonrosado, que en consecuencia le dejaba poca elección a la hora de calzarse. En invierno usaba unos zapatos desiguales, el del pie afectado era unos cuantos números más grande, y en verano sandalias de dos correas, con lo que dejaba a la vista aquel particular tubérculo suyo. Recuerdo que a todos nosotros nos embargaba una creciente curiosidad. Sin embargo, nunca preguntamos. Debía de ser una lectora formidable, porque en algunos viajes en autocar jugábamos a juegos de palabras, y ella siempre salía del paso sin dificultades. En sus horas de expresión escrita descubrí lo reconfortante de las letras. Esto lo escribí en sexto de primaria, en una de esas horas. Creo que Isaac no lo ha leído nunca, salvo por la vez que lo recité en clase. Quizá se lo regale algún día.
Sobre mi amigo Isaac
Posee unos ojos que se asemejan a un trozo de corcho ennegrecido al fuego. Sus manos, sudorosas y a la vez calientes que parecen untadas con mantequilla, sostienen, muchas veces, un lápiz harto de diseñar dibujos imposibles y de ser un escribano profesional por culpa de dicho ser. Su pelo azabache describe una noche gélida y sepulcral en una ciudad fantasma.
Su personalidad, a pesar de ser torpe y muy original, es prudente, pero a la vez miedosa, además de amable. Por eso cuando te hablan de él, te lo imaginas con un nimbo grandioso encima de su cabeza. Además, cuando le preguntan algo cuya respuesta es muy larga, te responde lacónicamente, como si fuera de otro universo. 
Suele vestir con chándal colorido y zapatillas de deporte. A veces puede ser un estúpido sabiondo y creído, pero aun así sigue siendo mi amigo.
Poema de Bukowski sobre el recreo.

los eternos patios de recreo

los patios de recreo eran un espectáculo de terror: los bravucones, los
raros
las palizas contra la cerca de alambre
nuestros compañeros de clase mirando
contentos de no ser ellos las víctimas;
nos apaleaban bien y bonito
una y otra vez
y después
seguían
burlándose de nosotros todo el camino a casa en donde frecuentemente
nos aguardaban más palizas.

en el patio de recreo los bravucones definitivamente hacían su ley,
y en los baños y
en los bebederos eran
nuestros dueños y nos repudiaban a su voluntad
pero nos mantuvimos fuertes a nuestro modo
nunca rogamos por misericordia
y afrontábamos las cosas con rectitud
y en silencio
el terror nos iba endureciendo
un terror al que más tarde le daríamos un buen uso
y curiosamente
conforme nos fuimos haciendo más fuertes y más valientes
los bravucones paulatinamente comenzaron a retirarse.

primaria
secundaria
preparatoria
crecimos como plantas extrañas y descuidadas
nutriéndonos como podíamos
floreciendo con el tiempo
y más tarde cuando los bravucones intentaron ser nuestros amigos
los rechazamos.

luego llegó la universidad
en donde bajo un nuevo régimen
los bravucones se disolvieron casi completamente
aumentó nuestro número y el suyo se redujo.

pero entonces surgieron otro tipo de bravucones
los profesores
a quienes había que enseñar la dura lección que nosotros habíamos aprendido
brillábamos con rabia
con magnificencia y sin complicaciones
las alumnas del colegio quedaban consternadas ante nuestra resolución
y nuestro descaro
pero nosotros las pasábamos de largo
esperando por las luchas más grandes que aún nos aguardaban ahí afuera.

luego cuando tuvimos que afrontarlas ahí afuera
fue una vez más con la espalda contra la cerca
enfrentándonos nuevamente con otros bravucones
profundamente arraigados en la sociedad
jefes y personajes similares
que tratarían de ponernos en nuestro lugar en las décadas que estarían por venir
por lo que comenzábamos todo siempre de nuevo
en la calle
y en pequeñas e insanas habitaciones
habitaciones siempre oscuras [aun] a mediodía
duramos y duramos así por años
pero nuestro entrenamiento anterior nos permitió subsistir.

y después de lo que parecía
una eternidad
finalmente vislumbramos la luz que nos condujo al final del túnel.

fue una victoria insignificante aunque satisfactoria
sin cantos para vanagloriarnos porque
sabíamos que habíamos obtenido nuestras ganancias poco a poco
y que habíamos luchado muy duro para llegar a ser libres
tan sólo por el placer de serlo.

pero incluso hoy mantenemos viva la imagen del conserje de la escuela primaria
con su escoba
y su rostro fatigado;

conservamos viva la imagen de las niñitas de rizados
y relucientes cabellos cuidadosamente cepillados
con sus vestidos recién almidonados;

la imagen de los rostros de los profesores
replegados en su profunda tristeza;

recordamos el sonido del timbre de recreo;

el césped y el campo de baseball;

la cancha de volleyball y su red blanca;

la sensación del sol brillando allá en lo alto
vertiéndonos sus rayos como el jugo de una mandarina gigante.

y pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos olvidar
a Herbie Aschcroft
nuestro principal verdugo
sus puños tan duros como rocas
arrinconándonos contra la cerca de alambre
mientras escuchábamos los ruidos de los automóviles que pasaban sin detenerse
y percibíamos como el mundo a nuestro alrededor seguía girando
sin que rogáramos por misericordia
y al regresar un día tras otro y tras otro y tras otro
a nuestras clases
las niñitas nos contemplaban tan tranquilas y seguras
al ocupar sus asientos
en aquél salón repleto de pizarrones y de tiza
mientras pendíamos lúgubremente de nuestro obstinado desdén
a causa de todo aquel terror y toda esa lucha
aguardando por algo mejor
que pudiera reconfortarnos
en aquél inolvidable
mundo de escuela primaria.

sábado, 31 de marzo de 2018

y entonces vino al mundo, tan reluciente y tan amplio

la profecía del apocalipsis es de un optimista
siempre de un optimista que prefiere ver el mundo sano
antes que cochino y desgajado el hueso de la carne del alma
incluso tú podrías prever el apocalipsis con más o menos fortuna
basta con humildad y un poco de tinta
aunque tampoco es necesario ver mundo
un feto me dijo una vez que prefería no salir
había soñado que las paredes del útero estaban recubiertas de espejos
algunos de ellos colocados de forma que se veía una y mil veces
empequeñeciéndose en la lejanía sin horizonte visible
aquello debió de abrumarle porque de allí salió cambiado
el azufre en la garganta se tradujo en llanto
y entonces vino al mundo, tan reluciente y tan amplio

una bolsa de hierba en la prótesis de un surfista atacado por un tiburón, en Santa Monica, California
una alfombra árabe bajo los pies ennegrecidos de un faquir mordido por una cobra, en Nueva Delhi
un gorila y un plátano, sobresaliente el chillido del pequeño fruto en contraste con el negrísimo pelaje del animal que sin embargo lo trata con una delicadeza tan moderna, en la espesura del Congo
el papel fotográfico sumergido en el líquido revelador, y la espera y el cosquilleo de la luz roja, en el laboratorio de un instituto del barrio alto de Lisboa, Portugal
el nylon de las cuerdas de la guitarra rasgadas por un apenado gitano zíngaro, alrededor de la Medianoche
un kayak solitario bajo los acantilados de Dover, en el Océano Atlántico
un andar solitario entre la masa, en la ciudad eléctrica de Akihabara

el coltán es un mineral que mata personas en África
el marfil es un material que mata elefantes en África
el aguacero es el mejor sueño imaginable en África
y todo pq
el agua es una flor que abandona África
                                           -además de la nueva niebla veneciana-

el candirú es un diabólico pez que vive en algunos ríos de mala reputación de la cuenca del Amazonas
el conflicto entre israelís y palestinos está lejos de concluir, ayer mismo las balas que escupen al unísono todos los gobiernos del mundo mataron a 15 peronas e hirieron a cientos solo por tener la suela de los pies sucia y llagada de buscarse una tierra que arar (y los ojos vidriosos (las cámaras de televisión) de esta epidemia a la que llamamos humanidad (empiezo a creer que es un fraude) acechándoles como alimañas en la humareda, espolvoreándoles la miseria por los hombros -siempre a dos palmos de distancia-)

tantas cosas ocurren sobre esta tierra
y tantas otras de las que no hay noticia
de las que pervive un dolor siseante
que se escurre por entre las costillas
un dolor que uno acaba por hacer propio
y que actúa como un parásito adentro
en absoluto a tu favor

flamenco sketches de Miles Davis es brujería
mientras tanto, los trabajos de muchos otros le siguen de cerca
por ejemplo: Como si tuviera alas,
del bueno de Chet Baker durante el servicio militar, en un velero de once metros de eslora y un camarote en el que caben cuatro personas, navegando por el agua estanca de un lago cerca de Berlín destruida por nazis megalómanos, rusos resistentes violadores de mujeres alemanas, cobardes cowboys americanos, grupos paramilitares antifascistas, enfermeras, países neutrales subidos al dólar y una mujer sujetando con una mano el vestido de algodón y removiendo el agua con la otra, allí estaba, en la orilla, como en un sueño, y las nubes tornándose oscuras y amenazando con fastidiarle la tarde

jueves, 29 de marzo de 2018

adiós

un ser que entumece es un pésimo ser
un pésimo ser rehúye del rescate
un rescate apestado es una credencial al fin
con buenas vistas de costa
y brisas de amor lejano
la grúa se agrieta espumosa
y se hunde en maravillosas nubes solitarias de humo azul

domingo, 18 de marzo de 2018

el club de la calle atena

al club de la calle atena acudían a susurrarse todas las noches
al principio eran unos pocos
luego se llenó de devotos
se restringe el pensamiento y se respetan los turnos, esta era la segunda regla
la primera: solo se susurra
no husmeaban otros ojos, solo susurraban
abrían la boca cerca de otras sienes y susurraban
no esperaban respuestas de otras bocas, solo susurraban
formaban pequeños círculos íntimos y susurraban a quien tuvieran a su derecha
no se decían nada en concreto, el placer residía en el bisbiseo por toda la sala
era una cosa sacra y estimulante hasta que llegó un joven
y originó el escándalo en aquella sala oscura
todo ocurrió muy rápido
alguien esperó un susurro
esperó, esperó, esperó, y no
no
NO
esto no es bueno
debe de tratarse de un sueño horrible, se dijo
esto significa lo mismo que morderse la lengua hasta sangrar
el joven era sordo de nacimiento
y desconocedor de su propia voz
creía que aquella gente también lo era
que hacían aquella cosa por sentirse mejor
por criar un miembro amputado
el pobre creía que el club de la calle atena era una confabulación de sordos
que incluso cuando se profanó el rito
y montaron en cólera y se maldijeron a gritos
agrandando, batiendo las mandíbulas como hipopótamos
todos ellos actuaban
y de qué forma, pensó
pero lo cierto es que nadie volvió a aquella sala a susurrar
aquella gente iba allí para engañarse creyendo que escapaban
y a partir de entonces la histeria que iluminaba el mundo de fuera
pareció colarse por la rendija y aferrarse a las paredes
el joven sordo inoculó la histeria en el club de la calle atena
convirtió la vibrante sala oscura en un lugar cualquiera en una calle cualquiera

viernes, 23 de febrero de 2018

bukowski sin duda sabría cómo seguir

Y nos enraizamos en el tango asténico al que recurríamos cuando no podíamos joder, porque no se puede joder todo el día, y menos ahí, sobre las sábanas revestidas de las vaguezas que exuda un tío como yo. Yo era un tío con clase, un haragán, un tipo que había trabajado apenas seis meses en dieciocho años y se enorgullecía de ello. Oh, querida, no empieces con eso, mira, mira mis suaves manos de pianista, no puedo trabajar, no estoy hecho para eso, mujer, hay ciertos hombres en el mundo que no lo soportarían, entiéndelos a ellos, querida, y me entenderás a mí, le decía. Y entonces se le retorcía la boca en un rictus de anciana pese a sus treinta y pocos y durante un tiempo no me preocupó demasiado. Luego sabría que aquella era la mueca de la piedad que sentía por ella misma. Pero para entonces, ya podía permitirme algo un poco mejor, así que tampoco me preocupó demasiado. Además, era horroroso aquello que hacía, le disolvía las facciones y la hacía parecer inofensiva.

lunes, 5 de febrero de 2018

piromanía entusiasta con montones de espasmos y temblores y salivación, de modo que la araña de cristal teje sus estúpidas súplicas debajo del mar desvaído, con complicaciones en todas partes, y por asegurarse de que nadie pueda sentir una fuerza futura o un futuro convencimiento se lo toma con seriedad, y entonces naturalmente es cómo nace el tiempo, al principio siempre como una estela de una estrella que se precipita en la noche salvaje y profética de la quietud, y luego ya deformándose, al estilo de cualquier reflejo de luz amistosa en las aceras húmedas de la ciudad que uno adora por unas razones y detesta por otras a menudo coincidentes