lunes, 27 de mayo de 2019

David Foster Wallace

El talento es solo un instrumento. Es como tener un bolígrafo que funciona en lugar de uno que no. No digo que yo sea capaz de trabajar sistemáticamente bajo esa premisa, pero parece que la gran diferencia entre el buen arte y el arte mediocre radica en algún lugar dentro del propósito del corazón del arte, en los intereses de la consciencia que hay tras el texto. Tiene algo que ver con el amor. Con la disciplina de sacar la parte de ti capaz de amar en lugar de esa parte que solo quiere ser amada. Sé que esto no está de moda en absoluto. No sé. Pero al parecer una de las cosas que los escritores de ficción verdaderamente geniales hacen —desde Carver a Chejov hasta Flannery O’Connor, o como el Tolstoi de «La muerte de Iván Ilich» o el Pynchon de El arcoíris de gravedad— es darle al lector algo. El lector se marcha del arte auténtico mucho más pesado de lo que entró. Más lleno. Toda la atención y el compromiso y el trabajo que se le requieren al lector no pueden ser para tu propio beneficio; tiene que ser para el suyo. Lo pernicioso del medioambiente cultural de hoy día es que hace que dé miedo llevar esto a cabo. El mejor trabajo sale probablemente de la voluntad de revelarte a ti mismo, de abrirte en un sentido espiritual y emocional que amenacen con hacerte parecer banal o melodramático o ingenuo o pasado de moda o ñoño, y pedirle al lector que sienta algo de verdad. Estar dispuesto a en cierto modo morir para emocionar al lector de alguna manera. Incluso ahora, diciéndolo, tengo miedo de lo ñoño que parecerá esto cuando se imprima. Y el esfuerzo de hacerlo de verdad, no simplemente hablar de ello, requiere de un tipo de coraje que al parecer no tengo todavía. No veo ese tipo de coraje en Mark Leyner ni en Emily Prager ni en Bret Ellis. En ocasiones veo destellos en Vollmann y Daitch y Nicholson Baker y Amy Homes y Jon Franzen. Es extraño, todo ello tiene que ver con la calidad pero no demasiado con el puro talento al escribir. Tiene que ver con el clic. Antes pensaba que el clic venía de «Hostias, acabo de hacer algo realmente bueno». Ahora parece que el clic auténtico es más algo como «Aquí hay algo bueno, y por un lado no me importa demasiado, y por otro tal vez al lector no le importe demasiado, pero es bueno porque de aquí se puede extraer valor tanto para mí como para el lector». Quizá sea tan simple como hacer que la escritura sea más generosa y esté menos guiada por el ego.

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