Madrid. Madrid. Un Taxi. Madrid. Entra alguien. <<¿Adónde vas?>>. <<A la calle tal y tal, número tal>>. Se inicia la carrera. El taxi avanza por las calles de la capital. Y, de repente, el cliente cambia de idea. Y, con voz afectada, le dice al taxista : <<Lléveme al mar, lléveme al mar. Quiero ver el mar>>. Y el taxista se hace la película, asocia el tono grave a una enfermedad terminal. Y, pese a estar en Madrid, lo lleva al mar. Mil euros, o más, de carrera. Lo lleva a Valencia, yo qué sé. Lo lleva a una cala, yo qué sé. Todo por satisfacer el deseo de un moribundo. Y una vez en aquella playa de Valencia, el cliente sale del coche con lágrimas en los ojos y arranca a correr como un caballo. Y no lo vuelven a ver. Y no lo vuelven a ver. Arranca a correr. Hacia el mar. Y se mete en el mar. Y ahí, se ahoga. Y el taxista, desconcertado, se vuelve a Madrid. Episodio raro en la vida de un taxista. Aquel <<lléveme al mar>> de un loco suicida, y el taxista tomándole la palabra. La potencia de la frase "lléveme al mar" en según qué contextos. La potencia pura de esa frase, "lléveme al mar". Lléveme al mar.
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