Recuerdo los años de colegio con ternura. Los dos últimos especialmente. Tuve una tutora llamada Susana con la que hablé en verano del año pasado, durante las vacaciones, mientras trabajaba. Su cuerpo espigado, y firme aún, parecía remover el pelo sensualmente ensortijado a cada paso, sacudiéndolo como a un maizal dorado a los brazos abiertos del sol. Una mujer muy sugerente. También tuve una prudente tutora llamada Teresa. El caso es que estaba subordinada a una pequeña incomodidad con la que, pragmáticamente, había aprendido a convivir. Tenía un dedo gordo de un pie enorme, hinchadísimo y sonrosado, que en consecuencia le dejaba poca elección a la hora de calzarse. En invierno usaba unos zapatos desiguales, el del pie afectado era unos cuantos números más grande, y en verano sandalias de dos correas, con lo que dejaba a la vista aquel particular tubérculo suyo. Recuerdo que a todos nosotros nos embargaba una creciente curiosidad. Sin embargo, nunca preguntamos. Debía de ser una lectora formidable, porque en algunos viajes en autocar jugábamos a juegos de palabras, y ella siempre salía del paso sin dificultades. En sus horas de expresión escrita descubrí lo reconfortante de las letras. Esto lo escribí en sexto de primaria, en una de esas horas. Creo que Isaac no lo ha leído nunca, salvo por la vez que lo recité en clase. Quizá se lo regale algún día.
Sobre mi amigo Isaac
Posee unos ojos que se asemejan a un trozo de corcho ennegrecido al fuego. Sus manos, sudorosas y a la vez calientes que parecen untadas con mantequilla, sostienen, muchas veces, un lápiz harto de diseñar dibujos imposibles y de ser un escribano profesional por culpa de dicho ser. Su pelo azabache describe una noche gélida y sepulcral en una ciudad fantasma.
Su personalidad, a pesar de ser torpe y muy original, es prudente, pero a la vez miedosa, además de amable. Por eso cuando te hablan de él, te lo imaginas con un nimbo grandioso encima de su cabeza. Además, cuando le preguntan algo cuya respuesta es muy larga, te responde lacónicamente, como si fuera de otro universo.
Suele vestir con chándal colorido y zapatillas de deporte. A veces puede ser un estúpido sabiondo y creído, pero aun así sigue siendo mi amigo.
Poema de Bukowski sobre el recreo.
los eternos patios de recreo
los patios de recreo eran un espectáculo de terror: los bravucones, los
raros
las palizas contra la cerca de alambre
nuestros compañeros de clase mirando
contentos de no ser ellos las víctimas;
nos apaleaban bien y bonito
una y otra vez
y después
seguían
burlándose de nosotros todo el camino a casa en donde frecuentemente
nos aguardaban más palizas.
en el patio de recreo los bravucones definitivamente hacían su ley,
y en los baños y
en los bebederos eran
nuestros dueños y nos repudiaban a su voluntad
pero nos mantuvimos fuertes a nuestro modo
nunca rogamos por misericordia
y afrontábamos las cosas con rectitud
y en silencio
el terror nos iba endureciendo
un terror al que más tarde le daríamos un buen uso
y curiosamente
conforme nos fuimos haciendo más fuertes y más valientes
los bravucones paulatinamente comenzaron a retirarse.
primaria
secundaria
preparatoria
crecimos como plantas extrañas y descuidadas
nutriéndonos como podíamos
floreciendo con el tiempo
y más tarde cuando los bravucones intentaron ser nuestros amigos
los rechazamos.
luego llegó la universidad
en donde bajo un nuevo régimen
los bravucones se disolvieron casi completamente
aumentó nuestro número y el suyo se redujo.
pero entonces surgieron otro tipo de bravucones
los profesores
a quienes había que enseñar la dura lección que nosotros habíamos aprendido
brillábamos con rabia
con magnificencia y sin complicaciones
las alumnas del colegio quedaban consternadas ante nuestra resolución
y nuestro descaro
pero nosotros las pasábamos de largo
esperando por las luchas más grandes que aún nos aguardaban ahí afuera.
luego cuando tuvimos que afrontarlas ahí afuera
fue una vez más con la espalda contra la cerca
enfrentándonos nuevamente con otros bravucones
profundamente arraigados en la sociedad
jefes y personajes similares
que tratarían de ponernos en nuestro lugar en las décadas que estarían por venir
por lo que comenzábamos todo siempre de nuevo
en la calle
y en pequeñas e insanas habitaciones
habitaciones siempre oscuras [aun] a mediodía
duramos y duramos así por años
pero nuestro entrenamiento anterior nos permitió subsistir.
y después de lo que parecía
una eternidad
finalmente vislumbramos la luz que nos condujo al final del túnel.
fue una victoria insignificante aunque satisfactoria
sin cantos para vanagloriarnos porque
sabíamos que habíamos obtenido nuestras ganancias poco a poco
y que habíamos luchado muy duro para llegar a ser libres
tan sólo por el placer de serlo.
pero incluso hoy mantenemos viva la imagen del conserje de la escuela primaria
con su escoba
y su rostro fatigado;
conservamos viva la imagen de las niñitas de rizados
y relucientes cabellos cuidadosamente cepillados
con sus vestidos recién almidonados;
la imagen de los rostros de los profesores
replegados en su profunda tristeza;
recordamos el sonido del timbre de recreo;
el césped y el campo de baseball;
la cancha de volleyball y su red blanca;
la sensación del sol brillando allá en lo alto
vertiéndonos sus rayos como el jugo de una mandarina gigante.
y pasó mucho tiempo antes de que pudiéramos olvidar
a Herbie Aschcroft
nuestro principal verdugo
sus puños tan duros como rocas
arrinconándonos contra la cerca de alambre
mientras escuchábamos los ruidos de los automóviles que pasaban sin detenerse
y percibíamos como el mundo a nuestro alrededor seguía girando
sin que rogáramos por misericordia
y al regresar un día tras otro y tras otro y tras otro
a nuestras clases
las niñitas nos contemplaban tan tranquilas y seguras
al ocupar sus asientos
en aquél salón repleto de pizarrones y de tiza
mientras pendíamos lúgubremente de nuestro obstinado desdén
a causa de todo aquel terror y toda esa lucha
aguardando por algo mejor
que pudiera reconfortarnos
en aquél inolvidable
mundo de escuela primaria.